Subrayados del libro “Ciudadanos, una crónica de la Revolución francesa” Autor Simon Schama, Editorial Debate
Posted on | abril 2, 2020 | No Comments
Prefacio
Tampoco parece que la Revolución se ajuste a un gran proyecto histórico, predeterminado por fuerzas inexorables de cambio social. Al contrario, podría decirse que se trata de un fenómeno formado por azares y consecuencias imprevistas (no es la menor la convocatoria de los propios Estados Generales). Numerosos y excelentes estudios de las provincias han demostrado que, en lugar de una sola revolución impuesta por París al resto de la Francia homogénea, a menudo aquella fue un fenómeno determinado por las pasiones y los intereses locales.
Me parece que gran parte de la ira que fue el detonante de la violencia revolucionaria se originó en la hostilidad hacia la modernización, más que en la impaciencia provocada por la rapidez de sus avances.
La cultura patriótica de la ciudadañia se creó en la décadas que siguieron a la guerra de los Siete Años y que aquella fue la causa más que el resultado de la Revolución francesa.
La Revolución fue un acontecimiento mucho más azaroso y caótico, y mucho más el fruto de la actividad humana que el de determinantes estructurales.
Hombres Nuevos
Resultaba habitual que escritores como el abate Gentil creyesen que el ejemplo estadounidense contribuía de un modo afable y, al mismo tiempo, confuso a la “regeneración” de Francia o incluso de todo el mundo.
Turgot el más lúcido de los ministros de Luis XVI, había argumentado agriamente contra la intervención activa en América, al pronosticar que sus costes serían tan abrumadores que obligarían a postergar, quizá de forma definitiva, los intentos de una reforma necesaria. Incluso llegó a que el destino de la monarquía podría depender de esta tremenda decisión.
El conde de Ségur comentó que la lamentable secuela de Revolución estadounidense “Avanzábamos alegremente sobre una alfombra de flores, imaginando apenas el abismo que había debajo”
Horizontes azules, tinta roja
Era parte de la inocencia de Luis el hecho de que nunca percibiese un problema. Si su autoridad debía algo al pasado, su sentido del deber le impulsaba con firmeza hacia el futuro.
La coronación no fue una exaltación sin mácula, pues la tensión entre el pasado y el futuro gravitaba sobre las preocupaciones sobre el presente, en especial porque, mientras se planeaban las ceremonias, Francia estaba al borde de los más graves disturbios por el trigo que se habían visto desde hacía años.
Si Luis había comenzado su reinado con una gran fanfarria de celebración, lo continuaría con un estilo opuesto: el de la consciente sobriedad.
Su estudio privado estaba atestado de instrumentos matemáticos, de mapas coloreados a mano y de cartas náuticas, de telescopios y sextantes, así como de los cerrojos que el propio rey diseñaba y fabricaba. El esfuerzo por obtener el cerrojo perfecto constituía un símbolo de sublime eficacia para el monarca.
En 1786 a los gritos de “Vive le roi” en las calles de Cherburgo, el monarca replicó, sin que nadie se lo pidiese “Vive mon meuple”. En 1789 pa respuesta era forzada y a la defensiva
Ataque al absolutismo
La formación cultural de un ciudadano
El coste de la modernidad
La política del cuerpo
Suicidios (1787-1788)
Si la campaña de Luis XV contra los parlamentos había terminado sólo con la muerte del rey, su nieto provocó el suicidio de la monarquía. La hermana del rey madame Elisabeth, una mujer muy razonable, había señalado que: el rey está retrocediendo , siempre teme cometer un error. Una vez que se le pasa el primer impulso, sólo le tortura el temor de haber cometido una injusticia.
El 8 de Agosto el monarca anunció lo que toda la nación estaba esperando: los Estados Generales serían convocados en Versalles el 1 de mayo de 1789.
Quejas
La monarquía se derrumbó cuando el precio de su salvación financiera se estipuló en concesiones políticas y no en beneficios o cargos.
En 1788 aw celebraba un aniversario importante: el centenario de la Gloriosa Revolución, los comentaristas franceses no sólo vieron una plasmación de la virtud política, sino los orígenes del éxito económico británico. Lo que contaba era la idea de que la libertad y la solvencia eran socios naturales.
Un gobierno creado por los Estados Generales sería un deudor más fidedigno.
Sin embargo, este feliz desenlace suponía una versión francesa de 1688 en que la soberanía real pasaría sin tropiezos de la corte absolutista a una asamblea dominada por les Grands: la nobleza financiera y judicial.Con este cambio trascendente se llegaría a una especie de “declaración de derechos” francesa, que despojaría al absolutismo de sus arbitrarios poderes judiciales y garantizaría la seguridad de la persona y de la propiedad.
La corona aún ejercería el indiscutible derecho de designar ministros, proponer y quizá vetar las leyes; pero la legalidad de su gobierno estaría sometida al escrutinio público.
Lo que consiguieron en cambio fue una revolución y los artífices de la caída de la monarquía no se convirtieron en sus sucesores, sino en sus primeras victimas, las más espectaculares.
Una vez “que la palabra “aristócrata” llegó a ser sinónimo de “antinacional”, se entendió que todos los que deseaban conservar las distinciones de rango en los organismos políticos del nuevo orden se identificaban como personas incapaces de recibir la ciudadanía.
El explícito deseo del monarca de que su pueblo enunciara sis quejas al mismo tiempo que elegía a sus representantes relacionó la inquietud social con el cambio político. Eso no había sucedido en Gran Bretaña en 1688 ni en América 1776, y allí estaría la diferencia esencial.
Esta confluencia del patriotismo político con la inquietud social – de la ira con el hambre- fue como el encuentro de dos cables pelados. Cuando se tocaron sobrevino un brillo incandescente de luz y calor; pero era difícil determinar qué y quienes quedarían consumidos en el fogonazo.
Para Lafayette y otros muchos de la cúspide de la nobleza esto era nada más que la segunda etapa de una cruzada que había empezado en América. Eran cortesanos contra la corte, aristócratas contra el privilegio, funcionarios que deseaban reemplazar el patriotismo dinástico por el patriotismo nacional.
Una mayoría de la clases privilegiada estaba dispuesta a abandonar el aspecto más visible de su jerarquía: la exacción frente a los gravámenes. Sin embargo la reclamación de que disolviesen por completo su ordenen cierta unión más general de la nación representaba una fórmula mucho más divisionista. La repetida afirmación de que los diferentes órdenes debían mantenerse, sencillamente porque habían durado tento tiempo, cada vez caía más en saco roto.
D’Antraigues desarrollaba la argumentación de que el Estado y el pueblo eran una misma cosa (En el pueblo reside todo el poder nacional y todos los Estados existen en beneficio del pueblo).
Los príncipes de sangre declararon en un memorandum que el Estado se encuentra en peligro y que está preparándose una revolución en los principios del gobierno en que las instituciones a las que se considera sagradas y gracias a las cuales la monarquía ha prosperado durante siglos ahora se han convertido en asuntos cuestionables incluso menoscabadas como injusticias.
Aquellos que durante tanto tiempo habían afirmado representar al pueblo, pero, cuando la representación estaba al alcance de la mano, revelaban que no eran sus campeones, sino sus opresores.
El Tercer Estado cultiva los campos, construye y tripula las naves comerciales, sostiene y orienta las manufacturas, alimenta y vivifica el reinado. Es hora de que un gran pueblo reciba la atención que merece.
La desgracia y la injusticia habían determinado que el Tercer Estado, que era todo, fuese nada políticamente.
La relación del hambre con la ira hizo posible la Revolución; pero también determinó que la Revolución estallara a partir de expectativas excesivamente hinchadas.
La Revolución avanzó velozmente en direcciones contrarias. Sus líderes deseaban la libertad, la eliminación de reglamentos y la movilidad de la fuerza de trabajo, la comercialización, la actividad económica racional. Sin embargo la miseria que de hecho induciría a que se cometieran actos violentos.
La política de la nación estaba compuesta tanto por una miríada de quejas materiales de carácter local como por los grandielocuentes epítetos del debate constitucional. Pedir lo imposible es una buena definición de revolución.
Improvisando una nación
Aquí se libra una guerra franca contra los terratenientes y la propiedad. ¡Y todo esto se hacía en nombre de la voluntad y el deseo del rey!
La Bastilla: julio de 1789
Razón y sinrazón : julio 1789-julio de 1790
Desde el primer año quedó patente que la violencia no sólo representaba un lamentable efecto secundario del que los patriotas ilustrados podían apartar de forma selectiva la mirada; era la fuente de energía colectiva de la Revolución. Era la que confería carácter revolucionario a la Revolución.
Actos de fe: octubre de 1789-julio de 1790
Estaban en juego las prioridades de la Revolución, su razón de haber sido. Para los jacobinos de 1789 y 1790 todo giraba en torno a la idea de asegurar una representación libre y responsable, de subordinar el Estado al ciudadano . Para sus adversarios más moderados, el propósito de la Revolución era la creación de una Francia más poderosa y dinámica. Nada de lo que sucedió durante los años de revolucionarios que siguieron contribuyó a resolver este debate fundamental.
Cambios: agosto de 1790-julio de 1791
Los que pudieron replantear su propia identidad para adoptar la del ciudadano-tribuno, la de servidor del Estado, y consiguieron su propia fortuna con la propiedad más que con el privilegio, pudieron protagonizar la metamorfosis fundamental de nobles a notables. Como terratenientes, funcionarios oficiales, administradores de departamentos y jueces y médicos, banqueros y fabricantes, formaron un centro de influencia y poder que prevalecería de hecho en la sociedad francesa durante el siglo siguiente.
Las libertades entronizadas en la declaración de los derechos del hombre para proteger la libertad de expresión, de prensa y de reunión habían determinado la aparición de una cultura política en que la liberación de la falta de respeto, literalmente no conoció límites.
La presión opositora determinaría que la Revolución resultase totalmente inviable, pues opuso exigencias imposibles de pureza política a las necesidades prácticas del Estado francés. Contrapuso las microdemocracias locales y autónomas a los requerimientos del poder centralizado; la satisfacción de las necesidades materiales mediante la intervención obligada en la economía, a la movilización de capital para el Estado y el mercado; la libertad ilimitada de expresión y de reunión, a la negociación regular de los asuntos públicos; y el castigo sin juicio previo, a menudo espontáneo, a la aplicación ordenada de la ley.
El dilema que afrontaron sucesivas generaciones de políticos que pasaron de la oratoria a la administración fue que debían su propio poder al tipo de retórica que hacía imposible la posterior gestión de gobierno. La Revolución como Gobierno era imposible, a menos que se lograse encauzar de forma selectiva el proceso.
La libertad revolucionaria acarreaba el terror revolucionario.
“La Marsellesa”:septiembre de 1791-agosto de 1792
La sangre impura:agosto de 1792-enero de 1793
¿Enemigos del pueblo?:invierno -primavera de 1793
No obstante, había una sombría verdad en estos episodios de amenaza y rendición. Desde 1788 en adelante, la Revolución francesa se había visto impulsada por la fuerza de las armas, por la violencia y la algarada. En cada etapa de su avance, los que se habían aprovechado de la fuerza revolucionaria trataron de desarmar a los que habían accedido al poder. Y en cada etapa sucesiva se convirtieron a su vez en prisioneros más que en beneficiarios. Este proceso continuaría mientras se permitiese que el pueblo de París siguiera apelando caóticamente a las armas. Y quizá no resulta exagerado afirmar que, a partir del 2 de Junio los jacobinos ya estaban planeando acabar con esta peligrosa situación. A diferencia de todos sus predecesores, no vacilarían en devolver al Estado revolucionario la violencia que había sido liberada en 1789. Se guillotinaría a la democracia revolucionaria en nombre del Gobierno revolucionario.
“El terror en el orden del día” :junio de 1793 frimario del año II (diciembre de 1793)
La política de la infamia
Quilianismo: abril-julio de 1794
Epílogo
Lo que destruyó a la monarquía fue su incapacidad para crear instituciones representativas gracias a las cuales el Estado pudiese aplicar su programa de reformas.
Si hubiese que buscar una indudable faceta transformadora de la Revolución francesa, esta sería la creación de la entidad jurídica del ciudadano.
La revolución había comenzado como la respuesta a un patriotismo herido por las humillaciones de la guerra de los Siete Años.
El nacionalismo militarizado no fue, de un modo más o menos casual, la consecuencia involuntarias de la Revolución francesa: fue su corazón y su alma.
Uno de los últimos logros de la Revolución había sido la creación de un Estado militar tecnocrático de inmenso poder y solidaridad emocional, también advertía que la otra creación principal había sido una cultura política que continua y directamente cuestionaba al Estado.
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