Del libro “George Steiner en The New Yorker”
Posted on | desembre 9, 2016 | No Comments
El nacionalismo
“El nacionalismo es el veneno de la historia moderna. No hay nada más brutalmente absurdo que la disposición de los seres humanos a incinerarse o matarse unos a oros en nombre de la nacionalidad o bajo el pueril hechizo de una bandera. La ciudadanía es un acuerdo bilateral que está o debería estar sometido siempre a examen crítico y, de ser necesario, a derogación. Por ninguna ciudad del hombre vale la pena cometer una gran injusticia, una gran falsedad. La muerte de Sócrates pesa más que la supervivencia de Atenas. No hay nada que dignifique la historia de Francia tanto como la voluntad de los franceses de llegar al borde del hundimiento colectivo, de debilitar drásticamente los vínculos de la nacionalidad (cómo de hecho hicieron) con motivo del caso Dreyfus. Mucho antes que Forster, el Doctor Johnson había definido el patriotismo como el último refugio de los canallas. Me parece dudoso que el animal humano logre sobrevivir si no aprende a prescindir de fronteras y pasaportes si no puede entender que somos todos huéspedes unos de otros como lo somos de esta tierra envenenada y llena de cicatrices. La patria de cada cual es el trozo de espacio común y corriente -puede ser una habitación de hotel o un banco en el parque más cercano- más que la burda vigilancia y acoso de los regímenes burocráticos modernos occidentales u orientales. Los árboles tienen raíces, las personas tienen piernas para marcharse después de haber dicho no en conciencia.
El erudito absoluto
El erudito absoluto, el intelectual influyente, es un ser que padece el cáncer de la vacía “santidad del mínimo detalle”. Su monomanía cuando encuentra lo que persigue lo lleva a desinteresarse de la posible utilidad de sus hallazgos, de la buena fortuna que puedan reportarle, de si en el mundo no hay más de un o dos hombres o mujeres aparte de él a quienes les interese o puedan siquiera empezar a entender o valorar lo que está buscando.
Sobre Anton Webern
Pero el elogio póstumo de Webern fue precisamente lo que él había previsto. “Ni un sólo momento me he desanimado”. Los escépticos, los detractores, los ignorantes siempre me han parecido “fantasmas”
Una cita de Nietzsche, “Hay en los hombres y mujeres una motivación más fuerte que el amor, el odio o el miedo. Es la de estar interesado: por un corpus de conocimiento, por un problema, por una afición”.
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