Fernando Pessoa, Libro del desasosiego
Posted on | agost 23, 2016 | No Comments
Encontré hoy en la calle, por separado, a dos amigos míos que se habían peleado el uno con el otro. Cada uno de ellos me contó la historia de por qué se habían peleado. Cada uno de ellos me dijo la verdad. Cada uno de ellos me expuso sus razones. Los dos tenían razón. Los dos tenían toda la razón. No era que uno viera una cosa y el otro otra, o que uno viera un lado de las cosas y el otro un lado diferente. No: cada uno las veía con idéntico criterio, pero cada uno veía una cosa diferente, y cada uno, por lo tanto tenía rezón. Me quedé confuso con esta doble existencia de la verdad.
Tener opiniones es estar vendido a uno mismo. No tener opiniones es existir. Tener todas las opiniones es ser poeta.
Al actuar junto a otros pierdo, al menos, una cosa – el actuar sólo.
Cuando me entrego, aunque parezca que me expando, me limito. Convivir es morir. Para mí, sólo mi autoconciencia es real; los otros son fenómenos inciertos en esa conciencia, a los que resultaría mórbido prestar una realidad muy verdadera.
Leer es soñar de la mano de otro.
Hay prosa que baila, que canta, que a sí misma se declama.
Considero el verso como una cosa intermedia, un puente entre la música y la prosa.
El arte tiene valor porque nos saca de aquí.
La amo como al ocaso o a la luz de la luna, con el deseo de que ese instante permanezca, pero sin que sea mío en él nada más que la sensación de haberlo vivido.
Era lúcido y triste como un día de frío …..
A mi incapacidad para vivir la bauticé de genio, a mi cobardía la recubrí con el nombre de perfección. Me puse a mí mismo, Dios dorado de oro falso, en un altar de cartón piedra pintado imitando mármol.
Cada uno de nosotros es varios, es muchos, es una multiplicidad de sí mismos.
Ya lo he visto todo, hasta lo que nunca vi y lo que no llegaré a ver nunca.
Cuando imagino, viajo. ¿Qué otra cosa hago yo cuando viajo? Sólo la debilidad extrema de la imaginación justifica que uno tenga que trasladarse para poder sentir.
La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.
Caras que veía habitualmente en mis calles de siempre -si dejo de verlas, me entristezco; y no significaron nada para mí, salvo el ser el símbolo de la vida entera.
Mañana también yo – el alma que siente y piensa, el universo que soy para mí mismo – mañana, sí, yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, aquel a quien otros evocarán con un “que habrá sido de él”. Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte de menos en la cotidianiedad de las calles de una ciudad cualquiera.
Hacer es descansar
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